¿Quién podía imaginar que a estas alturas de la temporada, sintiéndose campeón de Europa y recientemente campeón del mundo, el Real Madrid iba a ser cuestionado? ¿Cuántos podían apostar a que en la jornada 18 y, a principios de enero, el Madrid iba a estar a 10 puntos del Barça, líder, y quinto en la clasificación? Y lo más grande: ¿quiénes hubieran adivinado que en el Santiago Bernabéu se iban a escuchar gritos de “¡Florentino dimisión!”?

Una de las grandezas del fútbol estriba básicamente en que aplica con una lógica irrefutable una teoría no escrita, pero que va a misa: que el pasado solo vale para la hemeroteca. Nada de lo que has ganado antes, por muy importante que sea, sirve para sostener el presente. El fútbol exige, especialmente a los mejores equipos del mundo, que sean campeones siempre, que ganen cada día, que estén por encima de su mayor adversario eternamente, porque de lo contrario son devorados, los ídolos comienzan a ser vistos bajo sospecha, los entrenadores son destituidos y los directivos colocados en el paredón. Cuando un grande deja de ganar se produce un divorcio total. Los jugadores pierden la confianza, carecen de unidad, los porteros rivales lo paran todo, las porterías se reducen. La afición se revuelve y la prensa machaca. Nada sale bien.

Que el Madrid iba a vivir un período decadente se podía imaginar cuando perdió a Zinedine Zidane tres días después de ganar su última Champions y lo sustituyó por Julen Lopetegui, y una semana más tarde dejó marchar a su ídolo Cristiano Ronaldo. Florentino Pérez no calculó bien la jugada que le venía encima. Pareció responder a esa soberbia que le acreditan. Ni buscó un entrenador de mayor talla para remplazar a Zidane, ni tampoco quiso comprar una joya para suplir a Cristiano. El domingo en el Bernabéu nadie se acordó de la Champions, ni tampoco del trofeo de campeón del mundo que habían ofrecido al público antes de perder contra la Real Sociedad. Y las redes sociales se ensañaron con el presidente: “Florentino dimisión”, fue el grito de guerra.

Y ahí se demuestra la importancia de la victoria como objetivo único de los grandes clubes del mundo. Por esta razón es discutible y hasta inaceptable que en Barcelona existan críticos que intenten desvalorizar la labor del equipo de Valverde porque todavía sueñan con un pasado que difícilmente volverá, porque entre otras cosas esos jugadores de la cantera formaron parte de una generación irrepetible. Son pasado.