Ernesto Valverde está emperrado en hacer las cosas a su manera. En su segunda temporada al frente del banquillo del FC Barcelona, el técnico extremeño está dejando ver una cara distinta a la que mostró en su primer año, más centrado en integrarse, asumir las dinámicas de club y taponar la abundante hemorragia generada por la fuga de Neymar.

Ahora, Valverde ya no se muerde la lengua tanto como antes, sabe protestar cuando no está de acuerdo con algo y de vez en cuando deja entrever una cara ligeramente hostil en las ruedas de prensa. La presión del entorno pesa.

Como suele ocurrir a tipos con marcada personalidad, Valverde no lleva bien tener que obedecer excesivas órdenes –es lo que tiene figurar en el Barça– y que en su estricta parcela de mando tenga que soportar incómodas injerencias externas. Ello le está llevando a desarrollar un peligroso empecinamiento en ir a la suya.

El emperramiento de Valverde es tener una plantilla corta. El Txingurri no quería excesivos fichajes, pero sí importantes. Al final, ni lo uno ni lo otro. Los nuevos no son jugadores de rendimiento inmediato y en el centro del campo hay un overbooking de futbolistas poco fiables. En cambio, la defensa está coja. Hay posiciones, como el lateral zurdo, huérfanas de alternativas. Juan Miranda todavía no cuenta con la confianza del técnico, que veía al lesionado Vermaelen como la opción para dar descanso a Jordi Alba. Si éste también se lesiona, el drama está servido; menos mal que Luis Enrique no lo convoca con la Roja.

El emperramiento de Valverde es deshacerse de los centrales diestros. El año en que más problemas está teniendo Piqué, no hay opciones para darle descanso. La defensa hace aguas por todas partes y las lesiones de Umtiti y Vermaelen ponen el grito en el cielo. La venta de Yerry Mina fue buena, pero Marlon Santos se fue al Sassuolo por solo seis millones de euros y ahora podría ser útil. Quizá, con alguna oportunidad, podría haber demostrado el por qué de su fichaje un año antes por solo un millón menos de su precio de venta y podría haberse revalorizado un poco más para una futura venta. Su ficha era de las bajas y en Italia lo está jugando casi todo.

Partidos de Marlon Santos con el Barça / YOUTUBE

El emperramiento de Valverde es no dar oportunidades a Malcom, un fichaje que nunca pidió y que le vino impuesto como alternativa a hombres de la talla de Griezmann o Willian. El técnico, molesto por el despido de Robert Fernández, no comulga con el hacer de la dirección deportiva. El fichaje de Arturo Vidal, castigado por sus salidas de tono en Instagram, es otro buen ejemplo. La pregunta es: ¿Si no quiere a Malcom, por qué pidió a Willian?

El emperramiento de Valverde es jugar con un sistema amarrategui, como hacía con Paulinho el primer tramo del curso pasado. Era un Barça que no brillaba con el balón en los pies, pero que hizo de la fortaleza defensiva su mayor virtud. Este año, con los cuatro fantásticos, el Barça ha sido un auténtico coladero –11 goles encajados en nueve partidos; más de los que recibió (9) en toda la primera vuelta de Liga 2017-18– porque le piden a Valverde jugar con un 4-3-3 ofensivo en el que a lo largo de su historia en los banquillos nunca ha confiado. Con Arthur, pretende volver a la esencia del fútbol control, aunque sin renunciar de momento al tridente Messi-Suárez-Coutinho.

El emperramiento de Valverde es no renovar su contrato con el Barça. Molesto con algunas de las situaciones antes descritas, el Txingurri prefiere tener paciencia. “No hago un cambio hasta que no lo veo claro”, se justificó tras el empate en Mestalla, donde los titulares estaban asfixiados después del partido en Wembley. Con la renovación le pasa lo mismo. Y, como avanzó Culemanía, el club ya trabaja en alternativas por si finalmente lo deja. A la opción preferida por Abidal de Laurent Blanc se suma ahora la de Quique Setién.