El Barça es un equipo triste. Sufridor. Decadente. No seduce y los culés solo se ilusionan con los jóvenes. En un escenario tan deprimente como el actual, al menos puede soñar con un futuro mejor. El club se encuentra en una situación límite, colapsado por una deuda de 1.200 millones de euros, y ni tan siquiera la elección del nuevo técnico parece ilusionar a los barcelonistas. Hoy, Lamine Yamal y Pau Cubarsí son los nuevos referentes de un Barcelona que necesita reinventarse.

El curso actual es un desastre. En la Liga, el equipo vive a la sombra del Real Madrid. En Montjuïc ya ha perdido tres partidos y afronta la visita del Nápoles con muchas dudas y temores. El actual Barça no es fiable. Mentalmente es un colectivo frágil y su rendimiento es muy inferior al esperado. Xavi no ha sabido conectar con los futbolistas.

El Barça, salvo milagro, no ganará un título. Solo le queda la Champions y cualquier comparación con los grandes de Europa es una temeridad. El equipo de Xavi está a años luz de poder competir con el Manchester City y el Bayern de Múnich. Del Real Madrid, mejor no hablar, tras el desenlace de la final de la Supercopa de España.

Laporta, optimista por definición, solo espera que el Barça, como mínimo, se clasifique para los cuartos de final de la Champions. En caso contrario, el descrédito deportivo será enorme y las pérdidas económicas, a corto plazo, rondarán los 15 millones de euros.

El discurso de Xavi no llega a los futbolistas. Tampoco a los aficionados. El Barça vive tiempos de zozofra, de desencanto. En Montjuïc todo es más frío que en el Camp Nou. Hay más turistas o aficionados ocasionales que abonados, pero una derrota contra el Nápoles podría tener consecuencias fatales para Xavi.

La afición del Barça se merece una alegría. Ganar al Nápoles es necesario. Por historia, el club merece estar entre los ocho grandes de Europa. Poco más se le puede pedir al equipo actual, un gran club con pies de barro que vive del pasado. El presente es duro y el futuro, incierto. Xavi ya está sentenciado y Laporta no lo tendría fácil para justificar otro fracaso. Sus palabras son solo palabras. Su credibilidad está bajo mínimos y da la sensación de que el Barça se prepara para el gran diluvio.