Corría finales de junio. El cuerpo, reprimido como estaba por culpa de la pandemia, pedía marcha, sol, playa y terraza. La decepción y el mal rollo ya se habían instalado en el barcelonismo. Nada se hacía bien. Todo salía torcido. Y todavía el Barça no había pasado por Lisboa, donde el primer equipo tocó fondo. Las portadas deportivas hablaban de desencanto y aseguraban que el título de Liga se había dejado en manos del Madrid. “El Barça saca bandera blanca”, decían en la capital de España. “El Barça no aguanta el pulso”, afirmaban. “De pena máxima”, titulaban las portadas catalanas. Las palabras de Gerard Piqué, tras empatar a dos en Vigo, anunciando que el equipo no se rendía y que el martes siguiente irían con todo ante el Atlético de Madrid, se las llevó el viento. No hubo reacción. Otro empate para cerrar la jornada 32 a dos puntos del Madrid.

Entonces, hace diez meses, el Barça había obtenido 21 victorias en 32 partidos. Hoy tiene una más (22) y las mismas derrotas (5). Acumula 71 puntos y se encuentra a dos del Atlético, pero esta vez tiene un partido menos que el líder y la Liga en sus manos. Casi todo ha cambiado en el barcelonismo. El presidente, el entrenador, nadie echa de menos a Luis Suárez, muchos piensan que Leo Messi seguirá vistiendo de azulgrana, la cantera ya no está enferma, y hasta Santi Cañizares afirma que el Barça es su favorito porque tiene una excelente plantilla. Vea por donde el culé “destroyer” abre los ojos y descubre que había proyecto, que Ronald Koeman es un técnico más que válido, y que para ganar una Liga hay que sufrir como se sufrió ante el Villarreal. Y todo eso señores y señoras se valora y se destaca cuando aparecen las victorias. Nunca en la derrota, con la que emergen el pesimismo y la decepción. Solo han pasado diez meses del tsunami derrotista, y el culé tiene una Copa y un título de Liga a su alcance. Ver para creer. O, mejor, creer para ver.