Hubo un tiempo en el que el Barça vivió instalado en la victoria, la gente sonreía, cada partido era un festival y un canto a la gloria. Pero poco a poco en el entorno fue creciendo la idea de que ganar de aquella forma no seguía el modelo –el estilo- que había caracterizado al club. Con Luis Enrique al frente el club había ganado la Champions, y con Ernesto Valverde el equipo ganó una Liga en la que sacó 17 puntos al Madrid. Pero nada de eso era visto con buenos ojos por ese sector del barcelonismo que arde en deseos de dirigir la entidad. Y desde entonces el Barça –jugadores, afición, club, en general- están siendo abrazados por la derrota. Siempre he pensado que allá donde se instalan las energías negativas no puede pasar nada bueno.

El Barça actual, este que dirige Ronald Koeman, este en el que su principal estrella (Leo Messi) no es el de antes, está intentando zafarse de esas etiquetas nocivas. Acaba de perder el primer título de la temporada ante un Athletic que había eliminado al Real Madrid. Como siempre el entorno, tan poderoso como perverso, devaluó la Supercopa en cuanto el equipo se plantó en la final tras una prórroga y penaltis en la que venció a la Real Sociedad. Entonces haber llegado de esa forma a la final era impropio del Barça. Y perderla en otra prórroga tras ir ganando 2-1 en el minuto 89, también. De haber vencido posiblemente ese mismo entorno hubiera hablado de un Barça que pide la hora o de triunfo inmerecido. El juicio al equipo es hipócrita y destructivo. Se habla de un Barça que no tiene el técnico ideal ni jugadores talentosos, y hasta de falta de competitividad, luego lógico es que no se espere más de un equipo tan diezmado de todo. Pero no. Parece que tiene que ganar por testosterona. No señores. Si algo nos ha enseñado la pandemia es a valorar lo que tenemos. Y en este momento, este es el Barça que tenemos. No hay más. Si logra sacudirse de esas energías negativas puede que mañana lo volvamos a ver instalado en el triunfo y no abrazado a la derrota.