Hay jugadores que se han ido del Barça y no han tenido oportunidad de volver a vestir los colores del club. Unos porque no lo merecían y otros porque simplemente no han podido. Y pocos son los que han regresado que han logrado tener éxito y ganarse el cariño de la afición.

Recuerdo entre estos últimos al Gerard Piqué de las primeras temporadas. Se embarcó en la aventura del Manchester United, aprendió lo que tenía que aprender, inglés incluido, volvió a España para jugar en el Zaragoza y luego se instaló en el Barcelona. Catalán, culé desde que su abuelo, Amador Bernabéu, lo inscribió como socio del club a los pocos días de haber nacido, ese Piqué se comía el mundo, se ganó el puesto de titular durante muchas temporadas y triunfó, porque él nació para ser un triunfador.

Otra cosa es el camino que ha seguido en los últimos años de su carrera, probablemente cegado por sentirse algo más que un futbolista de club. Ojalá Adama Traoré, al que se está vendiendo como el gran refuerzo que necesita el equipo de Xavi Hernández para remontar en la Liga y superar al Nápoles en la Europa League, produzca los mismos resultados que dio Piqué.

Del canterano, internacional con la España de Luis Enrique, se dice que es el mejor driblador de la Premier, pero la realidad es que allí no ha triunfado. Puede que las razones que llevan a Xavi a aceptar su fichaje sean las de las necesidades del equipo de tener jugadores que abran el campo y especialmente sean atrevidos para driblar, colaboradores en las labores defensivas y acertados tiradores de gol.

En realidad yo habría preferido que hoy en día el Barça estuviera presentando a Luis Díaz, el mejor delantero de Colombia, que acaba de fichar el Liverpool por 40 millones de euros. Pero ya sabemos que la operación Adama Traoré solo es posible haciendo “malabares” -que diría Leo Messi- financieros.