Llevamos tres años resistiéndonos a admitir el fin de ciclo. Hemos sido testigos de una generación de futbolistas tan espectacular que, incluso cuando ya no estaban en su mejor versión, seguían siendo capaces de ganar a la mayoría y levantar títulos. Pero lo de esta temporada ha sido un bochorno esperpéntico. De juzgado de guardia.

Roma dolió horrores. Anfield nos generó un sufrimiento insuperable. Lo de esta noche contra el Bayern, mucho más vergonzoso, no ha tenido el mismo efecto de decepción. Es más la sensación de ridículo. La realidad es que todos estábamos relativamente preparados para un golpe que, aunque en parte nos resistíamos a aceptar, se veía venir. Lo que nadie preveía es que sería tan bestia. 

Una buena hostia, bastante más fuerte que la que nos pegamos en 2008 con el Barça de Rijkaard. Aquel verano, Laporta apostó por un inexperto Guardiola y, el que posteriormente se consagrara como mejor entrenador del mundo, tuvo claras las primeras decisiones a tomar: había que hacer limpieza de vestuario.

Las entonces vacas sagradas tenían nombres de empaque: Ronaldinho, Deco y Samuel Eto’o. Este último se salvó de la quema por un año, pero los otros dos fueron ejecutados del Barça. Guardiola limpió plantilla y dio galones a los chavales que subían con ganas de comerse el mundo. Los Iniesta y Messi se hicieron grandes al lado de los responsables Xavi y Puyol, capitanes ejemplares que siempre impusieron el respeto y dieron sentido al concepto de equipo sobre individualidades y egos altivos.

Ya no nos quedan capitanes de esa estirpe. En el Barça de hoy, no hay rastro del ejemplo que daban los Puyol, Xavi o Iniesta y el vestuario está completamente dividido, roto, fracturado. Messi es el mejor futbolista, el solista indiscutible de cualquier orquesta, pero nunca ha sido un capitán de verdad. Ni en Argentina, ni en el Barça. Cada cual sirve para lo que sirve. Messi es el Dios del fútbol, pero no defiende. Un capitán que no defiende y al que le cuesta alzar la voz, nunca dará el ejemplo que daba Puyol. Ni el de Michael Jordan, que siempre defendió como el que más a pesar de ser el mejor jugador. 

Doce años después de aquella limpieza de Guardiola, toca ejecutar una nueva escabechina de ídolos. Y Messi es de los que podrán salvarse de la quema por su calidad indiscutible, pero sus amigos íntimos están condenados. El próximo proyecto ganador no se puede sustentar en Luis Suárez, Arturo Vidal, Rakitic o Busquets. Incluso Jordi Alba y Piqué están en la picota.

Parece que Bartomeu convocará elecciones anticipadas, aunque todavía no se sabe con certeza. Lo que está claro es que, haya el presidente que haya, y dirija el entrenador que dirija, debe ser una condición innegociable renovar la plantilla y decir adiós a esas vacas sagradas que tanto dieron y que merecen ser despedidas con todos los honores. No nos engañemos. Deben seguir el camino de Ronaldinho.