Está visto que ni siquiera bien entradito el siglo XXI y en plena pandemia letal se puede esperar que un jugador brasileño cumpla esa ingenua máxima de menos samba e mais trabalhar. A quienes vivimos de cerca el fútbol de finales de los 90 se nos chuleó con el supuesto carácter contagioso de la marcialidad de los Dunga, César Sampaio, Zé Roberto (¿lo han visto ahora? Parece uno de esos atlas musculares que dibuja Marc Silvestri en sus cómics de los 'X-Men'), Gilberto Silva, Edmílson, Belletti o Juninho Pernambucano. Gente seria, cabal y perfeccionista en los entrenamientos. Pero nada, era todo filfa. Relaciones públicas. 

Cuando veo ahora a un brasileño de esos que van siempre con la barbilla alta y se pelan al cero los laterales de la cabeza para dar impresión de sobriedad me recuerdan a un excompañero de Marca que opinaba con voz grave sobre todos los temas pero luego se quitaba siempre las lentillas quince minutos antes de su hora de salida para no tener que retrasarla por ayudar a un compañero. Acabó fuera del periódico, claro. Y lo mismo tiene pinta de que le va a pasar a Arthur, por ejemplo, que esta temporada ha movido mucho la bola pero muy poco el cucu. Pero si creen que eso librará al Barça de la maldición brasileira se equivocan.

El retorno de Neymar ya se está cociendo, y una breve encuesta tuitera que monté el otro día y se cerró con algo más de 2.000 votos arrojó que el 54% de esos generosos culés que me aguantan sin insultarme ya están por la labor de que vuelva el brasileño. La mayoría lo hace tarerando la misma canción que vengo yo cantando desde hace años para usted, astuto lector: la clave del juego ofensivo del mejor Barça de la historia ha sido tener al menos a dos interiores/mediapuntas capaces de romper una línea defensiva regateando, Messi y otro más. Sin Iniesta y sin Neymar, el ataque culé es mucho más sencillo de frenar. Y quizá haya algún otro jugador en el mercado que sea capaz de cumplir esa función, pero ninguno lo ha demostrado de azulgrana... excepto Ney.

¿Qué puede salir mal? Pues, literalmente todo. Que no juegue diez partidos seguidos por culpa de ese tobillo reventado, secuela de muchos años de gambeteo; que se vaya a Brasil sin avisar en caso de un rebrote del virus; de hecho, que se vaya a Brasil sin avisar en cualquier momento y, en líneas generales, que se comporte como un  ̶g̶i̶l̶i̶p̶o̶l̶l̶a̶s̶  futbolista brasileño. No sería la primera vez. La cuestión es si merece la pena arriesgarse por aspirar a triplete y medio antes de que Messi cumpla los 35 o no. Yo opino que sí, pero al final decidirán Bartomeu y la tesorería del club.

La ironía es que el mismo flujo perverso que puede aliviar al Barça del perezoso Melo también puede traer de regreso al Camp Nou a un jugador que está a medio centímetro del barranco de las exestrellas problemáticas. Pero es que en la nueva economía futbolera del trueque, la estafa estará a la orden del día. Será el mercado, amigos. No digan que no les avisé.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana