Ha pasado mucho tiempo, pero aún me acuerdo. Y seguro que usted también, astuto lector. Sucedió en la ida de unas semifinales de Champions a cara de perro en el Santiago Bernabéu. En el que pasó a la historia de la rivalidad Barça-Madrid como el partido del "puto amo". Exacto, fue el día en que Guardiola mandó callar, primero en la sala de prensa y luego sobre el campo, a un entrenador anteriormente conocido como José Mourinho pero en ese momento devorado por su nefario personaje: El Profesor Mouriarty. Bueno, el segundo día, porque ya le había cerrado el hocico un frío lunes del noviembre anterior. Entonces cayeron chuzos de punta para el Real Madrid en el Camp Nou mientras en las cabezas de todos los espectadores que alguna vez han tenido respeto por el fútbol como deporte de equipo sonaba la Novena de Beethoven.

Aquel miércoles de abril en que Messi se había paseado por entre la asilvestrada defensa blanca como un hombre entre lactantes, abotonado ya el 0-2 y con el coliseo de Chamartín en fase de lánguido desalojo, Pep Guardiola realizó un cambio tan sorprendente como simbólico. Cumplido ya el minuto 90, un muchacho llamado Sergi Roberto saltó al campo. En Pep siempre daba este tipo de puntadas extra incluso en el pespunte más finamente acabado. Y nunca eran detalles rococó, sino algo más parecido a lanzar un ancla desde lo celestial hacia el terruño. Un pellizco de arcilla sobre el suntuoso mármol que lo ayudara a recordar algo fácilmente olvidable en tan triunfal tesitura: aunque su equipo estaba haciendo historia a cada paso, no solo había que cuidar el Barça de entonces sino también el del futuro. Y en esas, Sergi Roberto quedó bendecido por el mejor entrenador de la historia azulgrana para tener un papel destacado. 

Sin embargo, pasados los años, su andadura como culé tiene más de álbum de instantáneas que de película completa. Corsario en varios abordajes al Bernabéu, esforzado lateral de circunstancias en los años que sucedieron al mutis de Dani Alves e inolvidable culminador de la remontada al PSG, Sergi tiene todas las papeletas para abandonar el equipo este verano, con 30 años y escasa jerarquía pese a su condición de capitán y la escasez de referentes de un Barça que se ha probado en los últimos dos años más americanas que Sala i Martín. Y algunas, igual de cantosas. Hay que recordar, por cierto, que la temporada 2021-22 del centrocampista de Reus no empezó nada mal: gol a la Real Sociedad en la primera jornada de Liga para cerrar un partido que se había puesto peliagudo pese al engañoso 4-2 final, y otro tanto para abrir la lata contra el Getafe en la jornada 3. Pero una lesión lo envió pronto de vuelta a ese limbo en el que no solo se ha acostumbrado a habitar, sino en el que algunos lugareños ya se refieren a él como 'el alcalde'.

La cosa es que, ahora mismo, Roberto tiene dos grandes problemas, y ninguno es su estado físico. Para empezar, nadie adivina dónde puede tener cabida en el equipo actual. Por si no hubiera sido mala suerte suficiente coincidir en sus primeros años con Xavi e Iniesta, ahora tiene ahí a Pedri, Gavi, Nico y De Jong, más el recién llegado Adama y el aún no del todo deshauciado Dest. Para seguir, no hay culé que no piense que debería cobrar mucho (y quiero decir MUCHO) menos si aspira a vestir la azulgrana de Spotify. Y eso no hay manera de remontarlo, porque no hay cosa peor que un futbolista que nunca parece encajar en el once o un capitán al que su propia afición no valora... excepto una combinación de ambas cosas. A día de hoy es una incógnita si Xavi tiene intención de recuperarlo para la causa. Pero no extrañaría a nadie si su plan es que, si quiere, se haga cargo Guardiola del último tramo de su carrera, que para eso lo sacó al Bernabéu con unas alitas de ángel y un arpa aquella noche de hace más de una década. Me parecería lo más normal, y eso que un día vi a Sergi jugar de pivote contra el Córdoba y pensé que Busquets iba a tener competencia.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana