De Joan Laporta se podrán decir muchas cosas, pero desde luego sabe cómo hacer Barça. Sobre todo, porque tiene inteligencia para detectar lo que quiere el culé, tanto lo evidente -que se quede Messi, aunque sea un añito más- como lo menos perceptible: que en el club deje de haber cuanto antes un 'ellos' y un 'nosotros'.

Mucho se ha aplaudido la neutralidad con que Bartomeu se condujo en ciertas cuestiones, en especial con el nudo gordiano del independentismo, una bestia sutil deseosa de colocar al Barça como guinda de su suflé. Pero una cosa es tener el seny de mantenerse neutral en ciertas circunstancias y otra muy distinta proclamarse Suiza. En esa tierra de nadie las montañas son muy hermosas pero admiten ingresos bancarios de todo tipo de delincuentes, desde nazis hasta tesoreros, los abogados y los políticos bucean en una gran charca gris y la gente normal y corriente les da, en general, un poco de asquito.

Apoltronado en su Ginebra particular de Arístides Maillol, el casi siempre investigado Barto quiso manejar el club poniéndose de perfil, delinquiendo presuntamente de vez en cuando y, según confirman muchos, mintiendo por sistema. Sus triquiñuelas generaron una división excesiva, neroniana. Una oligarquía tan chanchullera solo la habrían aguantado los tripletes, que dependen en gran medida, como todo en el deporte, de que el factor suerte acompañe al talento y el esfuerzo. 

Sin él, la charca gris de Bartomeu se volvió insoportablemente turbia en cuanto a la decadencia deportiva de un equipo que lleva cinco años fichando jugadores para acompañar a sus estrellas en lugar de para sustituirlas se unió la parálisis económica, agravada por el cisne negro de la pandemia. Pero justo esa mezcla de crisis (what crisis?) es el trampolín que ha usado Laporta para alzarse con la presidencia azulgrana sobre un Víctor Font con un planteamiento más gafotas y los avales bastante más atados.

Sucede que el culé ahora no quiere realismo, sino autoestima. Sobre todo, porque ve muy posible que todo acabe fatal de cualquier forma. Que Leo se largue igualmente, que se vayan al potote la Copa y lo que se ha rescatado de Liga en el último mes y que llegue el verano y no haya banco que preste un mísero chavo al club para Haaland ni para el Kun ni para Bryan Gil. Ni siquiera para retener a Ilaix en el primer equipo. Pero al menos prefiere tener la sensación de que el barco se hunde con uno de los suyos al timón. De que aquí, como dijo Jan en su discurso de toma de posesión, palmamos todos. Porque su Barça, al contrario que el de Bartomeu, sí que l´estima.

Y, como dijo García Márquez, lo único que duele de morir es que no sea de amor.

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