La Copa del Rey ya no es moco de pavo para el Barça. Igual que en los años 80, el club encara la final con muchas urgencias tras su fiasco en la Champions y sus altibajos en una Liga en la que ha perdido sus tres duelos contra el Real Madrid y el Atlético. Contra el Athletic, Koeman puede ganar su primer título como técnico azulgrana, un escenario que ya firmaba el holandés y muchos culés hace apenas dos meses. El Barça ha ganado al Athletic en las últimas tres finales de Copa, pero este año se estrelló contra los rojiblancos en la Supercopa y el sábado deberá superar la maldición de Sevilla.

Sevilla forma parte de la historia negra del Barça desde el 7 de mayo de 1986. Ese día, todo estaba preparado para que el equipo azulgrana ganara su primera Copa de Europa. El rival era el Steaua de Buscarest, un equipo de segundo nivel. En el Sánchez Pijuán, y con más de 50.000 barcelonistas en la grada, el Barça fue incapaz de marcar un gol a Duckadam. No lo hizo en los 90 minutos reglamentarios ni en los 30 de la prórroga. Tampoco en los cuatro lanzamientos desde el punto de penalti que decidieron el título. Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos erraron la noche que el ex presidente Núñez fulminó a Schuster. Aquella derrota dejó una profunda huella que tardó dos años en cicatrizar.

La maldición de Sevilla vivió otro capítulo cruel en mayo de 2019, días después del batacazo barcelonista en Anfield en las semifinales de la Champions. Muy tocado anímicamente, el Barça perdió (1-2) contra el Valencia de Marcelino en una final que agrandó la decadencia de un equipo que lo había ganado todo pero no supo renovarse a tiempo. Un año y ocho meses después, ya en 2021, el Athletic tumbó al Barça de Koeman en La Cartuja en la final de la Supercopa.

Sevilla tiene un color especial, el de la frustración, para un Barça que necesita un título. El último año ha sido muy duro para un club inmerso en una crisis descomunal, con muchas tensiones internas, que necesita una alegría para frenar su caída. Una derrota, en cambio, podría tener efectos letales para la entidad y para el mismo Koeman, un entrenador valiente en la gestión de su plantilla que merece mayor reconocimiento. El suyo no fue un fichaje de Laporta y eso no es un asunto menor.

El Barça, hoy, es una montaña rusa. En una semana su estado de ánimo ha pasado de la euforia a la congoja. De soñar con un doblete a visualizar otra temporada sin un título. Cambios tan bruscos no suelen ser buena señal en un club que ahora purga los pecados del último lustro. Con Laporta parecía que todos los males se arreglarían de un plumazo, pero las cosas no son tan simples en el Barça, un equipo que hace una década arrasaba en Europa y que ahora apela al orgullo para maquillar sus carencias futbolísticas y soñar con otro proyecto ganador.