Se habrá dado cuenta usted, astuto lector: es imposible contemplar la sonrisa meliflua y los bamboleos del esférico tripón de Joan Laporta sin que a uno le venga a la cabeza una de esas figuritas bonachonas de madera rojiza que se venden por cientos de miles en el aeropuerto de Bangkok. En su última reencarnación, el president del Barça vuelve a demostrar que tiene más de maestro espiritual que de gestor. Y la verdad es que a este club hundido, que no tuvo más remedio que reconocer a base de palos la existencia del sufrimiento y la insatisfacción, primera de las Cuatro Nobles Verdades del budismo, le está viniendo de perlas el mantra que Jan ha impuesto tanto en los despachos de Arístides Maillol como en centros comerciales de La Junquera, hoteles de Olot o el mismísimo Strip de Las Vegas: "Somos el Barça".

El pesimismo siempre ha sido el enemigo número uno del mandatario azulgrana, pero nunca el optimismo le había dado tanto rédito como en el momento actual. El fichaje de Jules Koundé, el mejor central de La Liga durante muchas jornadas de las dos últimas temporadas, pone no solo la guinda sino un nuevo piso completo a esta jugosa tarta de mercato con la cual el barcelonismo intuye que será imposible paladear otro sabor que no sea el dulce en la temporada venidera. Línea por línea y semana a semana, el Barcelona gana complexión de gran equipo. En el tiempo transcurrido entre la renovación de Araújo y la más que probable llegada de Azpilicueta, ha pasado de marcar costillas anoréxicas a lucir cuerpo de chulazo futbolístico. Como si se hubiera unido al Club de la Lucha, ha pasado de tener el culo blando como la masa del pan a estar esculpido en madera. Y solo le ha hecho falta creer que era posible paso a paso, llamada a llamada, palanca a palanca. 

Obviamente, Laporta ha contado en este viaje del anhelo a la plenitud con dos aliados de excepcionales virtudes: igual que sabiduría, ética y meditación se perfeccionan con los años en el camino del budismo, la habilidad negociadora y el carisma pueden pulimentarse, pero cuando son genuinos es cuando marcan la diferencia. Entre Mateu Alemany y Xavi Hernández han acercado decisivamente al Barça al nirvana, un estado trascendental donde no importan la penuria económica ni las recientes debacles deportivas ni las dudas. Ni siquiera la añoranza de tiempos mejores. Como decía Xavi estos días para explicar los rutilantes fichajes que parecen aterrizar sin solución de continuidad en su apacible regazo, "el Barça es un imán para los futbolistas". Pero no solo eso: algunos de los mejores futbolistas del planeta, tanto jóvenes como veteranos, lo perciben como el último paso en el camino de la iluminación.

A eso ayuda, claro, que el Barcelona le haya vuelto a zumbar al Madrid. Que sí, que ha sido en pretemporada, pero le zumbó. Y también eso, ser capaz de doblegar con relativa facilidad al presuntamente indoblegable, añade un irresistible plus de mística a su propuesta. Es cierto que el mercado del fútbol está raro. Tanto, que Frenkie de Jong lleva tres partidos seguidos jugando de central. Pero es inaudito que el nuevo proyecto azulgrana haya adquirido tanto vuelo con lo que se presumía eran alas de cartón corrugado. Como es lógico, falta la ingrata tarea de colocar a los descartes, lo cual, precisamente por cómo está el mercado, no es asunto baladí. Pero mucho se tiene que torcer la cosa para que la culerada se aleje del zen con el cual engalana sus días. Si pregunta usted al buda Laporta le contestará entornando los ojillos que tranquilo, que todo saldrá bien. Y es muy probable que tenga razón.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana