Leo Messi es el mejor futbolista de toda la historia. Al menos, desde la óptica barcelonista, aunque también es comprensivo que en Argentina pierda cualquier duelo con Maradona. Con él, el Barça ha ganado 10 Ligas y cuatro Champions, entre otros muchos títulos, y ha sido admirado en todo el mundo por un fútbol de autor, muy bien elaborado. Con Xavi e Iniesta, otros dos futbolistas formados en La Masia, el equipo alcanzó su cénit pero su magia se apaga año tras año. 

En sus inicios, Messi era un futbolista explosivo, con un cambio de ritmo letal y una voracidad goleadora superlativa. Hoy, regula mucho más sus esfuerzos. No tiene tanta chispa pero interpreta mejor los partidos. Tiene una visión panorámica que no tenía hace una década, pero adolece de unos socios tan distinguidos como los de antaño. Y su rendimiento, mengua.

Messi tiene tanta calidad que todo el fútbol del equipo gravita alrededor suyo. Normal. El problema es que el Barça es que presume de un modelo (el famoso 4-3-3, con dos extremos abiertos) que no encaja con las prestaciones del astro argentino. En sus mejores tiempos, Leo podía jugar de falso delantero centro. Hoy no, y mucho menos con su amigo Luis Suárez en la plantilla. Y Messi tampoco es extremo. Puede comenzar en la banda derecha, pero rápidamente se mueve hacia el centro.

Valverde, tan pragmático como conservador, encontró la fórmula perfecta en su primer año. Casi por instinto de supervivencia, tras la lesión de Dembélé. Con el 4-4-2 como patrón, todas las piezas encajaban perfectamente. El equipo tenía más equilibrio y había menos distancia entre líneas. Todo estaba perfectamente sincronizado.

A Messi le bastan cinco minutos de inspiración para resolver cualquier partido, pero su escasa intensidad defensiva es una rémora. También ha perdido capacidad de sacrificio Luis Suárez y el Barça agoniza ante rivales muy físicos en Europa. La mala forma de Piqué y la falta de recambios de garantías en la defensa también explican la actual empanada azulgrana.

Valverde, menos amable en la confección de las alineaciones, debe apretar un poco más las tuercas. No es de recibo que el equipo disponga de casi 60 horas de fiesta después del fiasco contra el Slavia. También debe ser valiente para acomodar a Griezmann y De Jong, dos futbolistas de alto nivel y con una ambición que ya no tienen algunas vacas sagradas.

El Barça, y sobre todo su exitoso pasado, vuelve a ser el gran problema del Barça. El equipo no puede vivir de rentas porque le han pintado la cara en muchas ocasiones. Se impone la reflexión y, sobre todo, la autocrítica. Faltan ganas y sobra desidia. Falta fútbol y sobran la Copa Davis y la NBA, porque la crisis actual tiene muchas similitudes con la de 2008, el año de la autocomplacencia de Rijkaard, Ronaldinho, Deco y compañía. La reacción llegó sin ellos. Tal vez ha llegado la hora de pensar ya en el Barça post-Messi. Porque Leo, hoy, también es un problema.